sábado, 16 de agosto de 2008

Carta abierta a una señora sometida

Carta del Grupo de apoyo a Amadeu Casellas de Osona tras la reunión con la jueza que lleva el caso del preso anarquista en huelga de hambre
Fuente: Klinamen

Un grupo de unas quince personas, entre las cuales estaba la madre de Amadeu Casellas Ramón, nos reunimos delante de la Sala de Vistas de la calle Dr. Junyent, de Vic, el pasado 12 de agosto de 2008. Teníamos una entrevista concertada con la jueza Erika López Gracia, del Penal 2 de Manresa, que es quien, el 18 de julio pasado, denegó a Amadeu Casellas la petición de limitar su condena a un máximo de 20 años. Dejó entrar cinco personas.
No sé si la jueza tenía o no otro lugar dónde recibirnos, pero el caso es que lo hizo en la misma sala de juicios: ella presidiendo la mesa, con el secretario al lado y el fiscal a su izquierda, y la funcionaria cerca de la puerta. Nosotros cinco, en los bancos del público; más bien, en el banquillo de los acusados. “Falta el abogado defensor”, pensé.
Parecía un teatro. ¿Era un teatro? ¿Por qué nos recibió, si no quería tocar ni una sola coma de lo que ya había decidido? Tan joven, tan guapa, tan morena de las vacaciones en el Japón... Hablamos de un hombre que hace más de veinte años que está en la prisión, señora. ¡Que hace más de cincuenta días (ahora ya son cincuenta y cuatro) que está en huelga de hambre!
Educada, discreta y sonriente, la jueza aguanta el chaparrón, nos mira con condescendencia desde arriba de la tarima, quizás sólo le incomoda algo la madre.
Prisión. Huelga de hambre. Señora, ¿de qué sonríe? ¿Qué le hace tanta gracia?
El fiscal, si lo es, está cada vez más nervioso, coge y deja papeles, aquello se sale de todos los guiones a que está acostumbrado, supongo. Hace cara de pensar: ¿por qué los escucha, señora?
Al fin y al cabo las prisiones son el pan de cada día...
“Las consecuencias pueden ser irreversibles. Pueden ser mortales”. Hace daño, decir esto delante de la madre. Porque los presos tienen madre, señora. No se atreve a mirarla a la cara, ¿verdad? De hecho no quiere mirar, no quiere saber, repite la frase de manual una y otra vez: “Estoy sometida al imperio de la ley”. Y lo dice sin sonrojarse, sin despeinarse, sin avergonzarse. ¿Qué ley, señora, pregunta la madre: la de los ricos, la de los pobres...?
No sé si la jueza tiene hijos y, si los tiene, no sé qué haría, si se encontrara en este caso. Si debiera pedir clemencia, si debiera pedir, como nosotros, una justicia justa, no vengativa, no antisocial.
“No se desanimen”, dice, y a todos nos parece, ahora, cínica. “Todavía está la Audiencia...” Pero será demasiado tarde, señora sometida. Porque las personas tienen un límite, y cincuenta y cuatro días de huelga de hambre es un umbral demasiado peligroso: es un salto al abismo.
¿El imperio de la ley es esto? ¿Dejar morir un hombre? ¿No perder la sonrisa de postal?
¿Qué vale, señora, la vida de un hombre, su dignidad, su libertad? ¿Qué vale?

Roser Iborra i Plans (Grupo de apoyo a Amadeu Casellas d’Osona)

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