lunes, 14 de julio de 2008

La imaginación muerta

Fuente: Kaosenlared

Que en los Países Bajos, con una densidad de casi 400 habitantes por kilómetro cuadrado, el suelo valga una fortuna no tiene nada de particular, pues no cabe ya ni una aguja. Y sin embargo el suelo no es lo que más vale. Pero que en un país como España, con una den­sidad de apenas 87 habitantes por kilómetro cuadrado, sea el com­ponente principal del pre­cio de la vivienda (entre el 50 y el 60%), es un signo de escasa inteli­gencia colectiva y otro de ser un país de estafadores donde reina un cierto encanallamiento nacional. Escribe hoy Fernando Scornik Gerstein, Presidente de la International Union for Land Value Taxa­tion, que en Es­paña, ni eco­nomistas de campa­nillas como Rato o Solbes, ni otros “técnicos” (esto es, los del mon­tón) se han salido ni se salen del guión académico sobre eco­nomía. Aprendieron que decir tierra es tanto como decir capital, y entonces aplican las mismas reglas de com­petencia que pasan por el principio de que abaratar los bienes de capital es aba­ratar la tie­rra. Eso quizá sea en la teoría, pero a todas luces no en la práctica.
Por esto, por partir de bases viciadas los que debieran revisarlas no hacen más que marear la perdiz. Tras el boom inmobiliario, tenía que llegar el des­plome. Pero ni Rato hizo nada para prevenirlo cuando fue ministro, ni Solbes conoce por lo visto otro remedio que algunas fra­ses ambiguas y conceptos que pueden ser interpretados de maneras bien diferentes; pura retórica se llama a eso. ¿Por qué?, pues porque el mercado "libre" es comme il va, no permite in­tervencionismos; sólo parches y maniobras de distracción para que siga “libre”. Y tanto esos dos economistas de postín como todos los demás profesionales de la Economía, por ig­no­rancia, por pru­dencia o por connivencia y a juz­gar por una fiscalidad y una política que no se hacen, callan que las plus­valías del suelo son la fuente principal de ingresos no ob­tenidos por el tra­bajo. Por eso ni se toca el tema...
Hay algunas soluciones que se nos alcanzan hasta los legos. A le­gos que, dicho sea de paso, preferimos seguir siéndolo porque no hay nada más peligroso para la distorsión de lo que es objeto de estu­dio del “todo”, que el dictamen especialista sobre una parte de ese todo. Esto también es aplicable al economista al que no se le van de la cabeza reglas y pautas que aprendió, como ésta, falsa en la pura realidad, de la equivalen­cia entre Ca­pi­tal y Tierra (sea cual fuere la localización del solar).
En otro orden de cosas pero dentro de la economía política, otro especialista, el gobernador del Banco de España, acaba de afirmar que la principal causa actual del fuerte incremento de la inflación es el desmedido afán de beneficio que ha caracteri­zado la gestión em­presarial du­rante la fase expansiva de la econo­mía. Pero resulta que la bús­queda del máximo beneficio inmediato está en la naturaleza del sis­tema capitalista, y los empresarios, aun sabiendo que a medio plazo lo desaforado de sus ansias puede perjudicarles, no cejarán en el objetivo de engrosar sus beneficios aunque el sistema se venga todo él abajo.
Quizá con el gobernador del Banco de España algún banquero aislado, avergonzado, pueda pensar algún modo de re­dimirse. Pues bien, la presente sugerencia va dirigida a quien de entre los banque­ros desee la redención de su pecado de co­di­cia. Porque, como en to­das las profesiones, aparte de legos a los que nos queda algo de imaginación, hay de todo aunque a algunos, por desgracia, estén fuera de juego por la edad o por huir de los protagonismos, y por eso su sabio parecer no cuenta.
Me refiero, por ejemplo, a un ilustre economista amigo mío, al que acudo cuando quiero repostar ideas economicistas. Humilde y bata­llador, Ildefonso Ramírez su­giere a los banqueros con­tritos por los usureros beneficios de sus bancos al lado de la estre­chez en que vi­ven sus clientes, una inteligente fórmula beneficiosa para todos. In­cluso para ellos mis­mos. La solución se­ría condonar parcial­mente la amortización de la hipoteca. Ello gene­raría dos efectos para la mar­cha ge­neral de la economía inmobilia­ria que tira de otros sectores pro­ductivos: reducir la morosidad ante el estímulo que hay en toda re­baja, y reac­tivar el recurso a la hipoteca a la hora de pen­sar en adquirir vivienda.
Pero el problema es éste; que nadie se atreve a apartarse de las ideas aceptadas. Por eso, en todas las carreras profesionales univer­sales raro es el que, si es un poco despejado, no piense en abando­nar el país. Claro que dará lo mismo, pues no sabrá donde meterse al estar todo Occidente em­bri­dado por los vigilantes de la única “ver­dad”: el llamado pensamiento único. Esto es lo triste. Por eso, lejos de avan­zar en inteligencia colectiva, en lugar de originalidad y en va­len­tía emprendedora, los guardianes capitalistas se encargan de que todo siga girando en círculo bajo el látigo de la ortodoxia y de los aca­demi­cismos. Como siempre fue...
Parece que avanzamos, pero es una ilusión. Sólo nos movemos en el mismo ladrillo como se baila el schotis, rodeados de las mis­mas ba­ratijas y el mismo instrumental refinado y renovado en su aparien­cia. Instrumentos y baratijas que nos entregan a la molicie y nos acortan las distancias aunque siempre coartados por la holganza y las ideas rutinarias. Por eso el problema inmobiliario no tiene solu­ción. Pero la hay. Bastaría es­pantar a los que se le echan a uno en­cima, y ahuyentar el temor al qué dirán... Romper la fosilizada y ruin idea del “interés” tra­dicional en una Es­paña plagada de borre­gos manejados por unas cuantas docenas de cabreros, podría ser el principio para el “aggiornamiento” que pide a gritos este país. Ay amigos, pero, dudo que haya algún banquero que se atreva a reem­bolsar una cantidad asentada en el Haber. Por pequeña sea. Sin embargo se dice que el secreto de Ford estaba en vender barato y comprar caro. ¡Qué cosas, en el capitalismo salvaje, tienen la eco­nomía y la riqueza!
Escribe Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”: “Hoy asis­timos al triunfo de una hiperdemocracia en que la masa actúa di­rectamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos” (...) “lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. La masa arro­lla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado”.
Hoy Ortega tendría que perfilar y decir que “todo el mundo” no es la masa, sino las minorías que se imponen y di­funden su pensa­miento sin ideas a través de los medios de comunicación. Al menos sin ideas nuevas, que es tanto como decir sin la más mínima imagi­nación. Aquí está, a mi juicio, el principal foco de la ramplonería que, en economía pero también en otros ámbitos, padece este país.

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