Fuente: Kaosenlared
Que en los Países Bajos, con una densidad de casi 400 habitantes por kilómetro cuadrado, el suelo valga una fortuna no tiene nada de particular, pues no cabe ya ni una aguja. Y sin embargo el suelo no es lo que más vale. Pero que en un país como España, con una densidad de apenas 87 habitantes por kilómetro cuadrado, sea el componente principal del precio de la vivienda (entre el 50 y el 60%), es un signo de escasa inteligencia colectiva y otro de ser un país de estafadores donde reina un cierto encanallamiento nacional. Escribe hoy Fernando Scornik Gerstein, Presidente de la International Union for Land Value Taxation, que en España, ni economistas de campanillas como Rato o Solbes, ni otros “técnicos” (esto es, los del montón) se han salido ni se salen del guión académico sobre economía. Aprendieron que decir tierra es tanto como decir capital, y entonces aplican las mismas reglas de competencia que pasan por el principio de que abaratar los bienes de capital es abaratar la tierra. Eso quizá sea en la teoría, pero a todas luces no en la práctica.
Por esto, por partir de bases viciadas los que debieran revisarlas no hacen más que marear la perdiz. Tras el boom inmobiliario, tenía que llegar el desplome. Pero ni Rato hizo nada para prevenirlo cuando fue ministro, ni Solbes conoce por lo visto otro remedio que algunas frases ambiguas y conceptos que pueden ser interpretados de maneras bien diferentes; pura retórica se llama a eso. ¿Por qué?, pues porque el mercado "libre" es comme il va, no permite intervencionismos; sólo parches y maniobras de distracción para que siga “libre”. Y tanto esos dos economistas de postín como todos los demás profesionales de la Economía, por ignorancia, por prudencia o por connivencia y a juzgar por una fiscalidad y una política que no se hacen, callan que las plusvalías del suelo son la fuente principal de ingresos no obtenidos por el trabajo. Por eso ni se toca el tema...
Hay algunas soluciones que se nos alcanzan hasta los legos. A legos que, dicho sea de paso, preferimos seguir siéndolo porque no hay nada más peligroso para la distorsión de lo que es objeto de estudio del “todo”, que el dictamen especialista sobre una parte de ese todo. Esto también es aplicable al economista al que no se le van de la cabeza reglas y pautas que aprendió, como ésta, falsa en la pura realidad, de la equivalencia entre Capital y Tierra (sea cual fuere la localización del solar).
En otro orden de cosas pero dentro de la economía política, otro especialista, el gobernador del Banco de España, acaba de afirmar que la principal causa actual del fuerte incremento de la inflación es el desmedido afán de beneficio que ha caracterizado la gestión empresarial durante la fase expansiva de la economía. Pero resulta que la búsqueda del máximo beneficio inmediato está en la naturaleza del sistema capitalista, y los empresarios, aun sabiendo que a medio plazo lo desaforado de sus ansias puede perjudicarles, no cejarán en el objetivo de engrosar sus beneficios aunque el sistema se venga todo él abajo.
Quizá con el gobernador del Banco de España algún banquero aislado, avergonzado, pueda pensar algún modo de redimirse. Pues bien, la presente sugerencia va dirigida a quien de entre los banqueros desee la redención de su pecado de codicia. Porque, como en todas las profesiones, aparte de legos a los que nos queda algo de imaginación, hay de todo aunque a algunos, por desgracia, estén fuera de juego por la edad o por huir de los protagonismos, y por eso su sabio parecer no cuenta.
Me refiero, por ejemplo, a un ilustre economista amigo mío, al que acudo cuando quiero repostar ideas economicistas. Humilde y batallador, Ildefonso Ramírez sugiere a los banqueros contritos por los usureros beneficios de sus bancos al lado de la estrechez en que viven sus clientes, una inteligente fórmula beneficiosa para todos. Incluso para ellos mismos. La solución sería condonar parcialmente la amortización de la hipoteca. Ello generaría dos efectos para la marcha general de la economía inmobiliaria que tira de otros sectores productivos: reducir la morosidad ante el estímulo que hay en toda rebaja, y reactivar el recurso a la hipoteca a la hora de pensar en adquirir vivienda.
Pero el problema es éste; que nadie se atreve a apartarse de las ideas aceptadas. Por eso, en todas las carreras profesionales universales raro es el que, si es un poco despejado, no piense en abandonar el país. Claro que dará lo mismo, pues no sabrá donde meterse al estar todo Occidente embridado por los vigilantes de la única “verdad”: el llamado pensamiento único. Esto es lo triste. Por eso, lejos de avanzar en inteligencia colectiva, en lugar de originalidad y en valentía emprendedora, los guardianes capitalistas se encargan de que todo siga girando en círculo bajo el látigo de la ortodoxia y de los academicismos. Como siempre fue...
Parece que avanzamos, pero es una ilusión. Sólo nos movemos en el mismo ladrillo como se baila el schotis, rodeados de las mismas baratijas y el mismo instrumental refinado y renovado en su apariencia. Instrumentos y baratijas que nos entregan a la molicie y nos acortan las distancias aunque siempre coartados por la holganza y las ideas rutinarias. Por eso el problema inmobiliario no tiene solución. Pero la hay. Bastaría espantar a los que se le echan a uno encima, y ahuyentar el temor al qué dirán... Romper la fosilizada y ruin idea del “interés” tradicional en una España plagada de borregos manejados por unas cuantas docenas de cabreros, podría ser el principio para el “aggiornamiento” que pide a gritos este país. Ay amigos, pero, dudo que haya algún banquero que se atreva a reembolsar una cantidad asentada en el Haber. Por pequeña sea. Sin embargo se dice que el secreto de Ford estaba en vender barato y comprar caro. ¡Qué cosas, en el capitalismo salvaje, tienen la economía y la riqueza!
Escribe Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”: “Hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia en que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos” (...) “lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado”.
Hoy Ortega tendría que perfilar y decir que “todo el mundo” no es la masa, sino las minorías que se imponen y difunden su pensamiento sin ideas a través de los medios de comunicación. Al menos sin ideas nuevas, que es tanto como decir sin la más mínima imaginación. Aquí está, a mi juicio, el principal foco de la ramplonería que, en economía pero también en otros ámbitos, padece este país.
lunes, 14 de julio de 2008
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