lunes, 30 de junio de 2008

Los alarmismos de Savater

Fuente: Kaos en la red
Savater, en un manifiesto firmado por él y otros “revolucionarios” (Vargas, Pombo o Boadella), propone cambiar la Constitución para “defender el uso del castellano como lengua co­mún, y que pueda ser utilizada en cualquier ámbito institucional, educativo o de la vida cotidiana”. Me pregunto si Savater, como los anteriores firmantes del mani­fiesto, no será un intelectual de pacotilla, un irresponsable o un cre­tino.
Savater sabe muy bien, como persona leída y se supone acostum­brada a reflexionar (aunque sea poco), que en la sociedad “la mino­ría de los dominantes tiene sobre todo la escuela, la prensa y casi siempre también las organizaciones religiosas bajo su control. Con estos medios, domina y dirige los sentimientos de las masas, al tiempo que los convierte en sus instrumentos". (De la Carta de A. Einstein a S. Freud en 30 julio 1932 a propósito de la guerra)
En estas condiciones que para cualquier bienpensante y cualquiera con sentido común sabe valorar, ¿cómo puede ladrar así, alarmar y tocar a rebato abanderando semejante disparate sobre la persecución imaginaria que sufre el castellano o español? ¿Cómo, formando parte él mismo, inmerecidamente, de esas minorías domi­nantes, puede decir que el castellano sufra ata­ques en la periferia, cuando las lenguas “españolas” que no son “castellano” tratan de renacer de sus cenizas después de sufrir per­secución durante los cuarenta años de franquismo, amén de la que sufrieron el resto de la historia de los despotismos?
Savater forma parte de la “minoría dominante”, pero en lugar de arremeter contra el poder de hecho irrefragable: el económico, el publicitario o el mercantil, se dedica a perseguir al poder “fácil”, al político de los más fáciles, el pseudo socialista.
Y es que Savater, hastiado de escribir, de meterse en camisa de o­nce varas como agitador social en Euskadi y en el resto del país, agotada su imaginación o dañada su imaginación hasta el extremo de ser él mismo generador de los monstruos de la razón a los que que los irracionalistas religiosos y no religiosos temen, se dedica a espa­ñolear lanzando infundios sin fundamento. Cuando en tiempos en que ningún intelectual de talla se enfrenta a los poderes mencionados y les pone en evidencia, no tiene mejor cosa en la cabeza que arreme­ter contra el poder preca­rio de los socialistas descafeinados que ven­tilan el patio nacional como buena­mente pueden en distintas materias que afectan a mi­norías relega­das. Y una de esas materias era y es ésta: la de las lenguas periféricas.
Savater adopta la misma táctica de “guerra preventiva o anticipato­ria” que los neocons pusieron en marcha para justificar las invasio­nes de Afganistán e Irak, y la mismísima que los obispos españoles emplean mensualmente para recordar con infamia que la educación para la ciudadanía persigue a la religión y que el gobierno socialista (ya ven ustedes, un gobierno absolutamente permisivo con el poder religioso y con el poder económico) pone en peligro, nada menos, que a la lengua castellana.
Hay que ser un cretino o un manipulador de tercera para hacer esas afirmaciones en semejante manifiesto. Acusar barriobaje­ra­mente a un gobierno (al fin y al cabo de derechas) de un peligro ab­solutamente inexistente, pero que, expresado así, habrá de pro­vocar la iracundia y el rechazo de muchos castellano hablantes prin­cipal­mente del centro peninsular es, primero un libelo, y luego un gesto político que empozoña, una vez más, el sosiego que este país nunca acaba de encontrar. Maldigo a Savater y a todos esos nefan­dos ciudadanos que, sin pruebas fehacientes (porque los ataques a la religión, como los ataques a una lengua hablada en el mundo por 500 millones de personas -la segunda lengua tras el chino manda­rín- serían tan imposibles de probar como ridículos), se dedican a so­cavar el exiguo prestigio de un gobierno que siempre parecer es­tar ahí en precario o de prestado.
Deje Savater la cátedra. Deje Savater la política. Deje Savater de incordiar de una puñetera vez y vuelva su afilada pluma contra los que están en la sombra y a los que la inmensa mayoría padece­mos.

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