domingo, 15 de marzo de 2009

La exculpación de Jacobo Piñero, confeso homicida, en 2006, de Isaac Pérez Treviño y Julio Anderson Luciano es denunciada como un acto de homofobia social.
Diagonal

En plena reacción mediática solicitando el cumplimiento íntegro de penas a raíz del caso de Marta, la chica asesinada en Sevilla, un jurado popular acaba de absolver al responsable de la muerte espeluznante de dos gays en Vigo –uno de ellos negro e inmigrante– aduciendo “legítima defensa” y un “miedo insuperable” a ser violado. El jurado popular, conjurando miedos atávicos y convirtiendo al verdugo en víctima, ha emitido una sentencia que exime al responsable de los asesinatos debido a “un estado de pánico que anuló su capacidad de comprender la ilicitud de lo que hacía”. La pregunta que tenemos que hacernos es ¿pánico a qué? Tanto Maribolheras Precárias como Aturuxo, Federaçom Galega LGBT [lesbianas, gays, bisexuales y transexuales], han emitido comunicados criticando duramente la sentencia y llamando a la movilización en las calles. Aturuxo convocaba el 25 de febrero a cientos de personas en Compostela.
En Vigo, los amigos de los gays asesinados han organizado una concentración para el 7 de marzo. Hay más movilizaciones previstas en Zaragoza, Barcelona y Madrid. Hay cuerpos, hay vidas que no importan para la sociedad heterosexual. O al menos, que son secundarias ante el uso del terror para la protección de las normas de género. Ese miedo, según el jurado, es una eximente completa para absolver al verdugo que asestó 57 puñaladas a sus víctimas. Julio recibió las primeras puñaladas mortales, una de ellas le seccionó el hombro, dejando un reguero de sangre mientras huía arrastrándose por la pared del pasillo de su casa. Fue rematado en el salón.
Su compañero al-Daní logró refugiarse en una habitación cuando ya estaba gravemente herido. Mientras llamaba por teléfono pidiendo auxilio, el verdugo tiró la puerta abajo, le arrebató el móvil y lo remató a puñaladas. Posteriormente se duchó, recogió en una maleta todo lo que había de valor en la vivienda, abrió el gas y prendió fuego a los cadáveres antes de marcharse. Todo ocurrió el 12 de julio de 2006, cuando el verdugo acudió al after gay de Vigo en el que al-Daní trabajaba de camarero. De allí se fueron al piso que al-Daní compartía con Julio. Los informes forenses dan cuenta de la crueldad y el ensañamiento al que fueron sometidos los cuerpos. A la vista de las pruebas periciales no parece creíble la versión de los hechos dada por el acusado, que afirma que fue despertado y amenazado con un cuchillo por una de las víctimas para mantener relaciones sexuales. Y aún en el hipotético caso de que así fuera, las muertes y los hechos están ahí. El jurado no sólo ha creído la rocambolesca versión del verdugo sino que lo ha considerado no culpable. Si ya es execrable la conducta del verdugo, ¿qué se puede decir de un tribunal que absuelve al responsable a pesar de la propia inculpación del autor, de las pruebas periciales y de los informes forenses? La defensa dijo en su favor que “se encontraba en el lugar equivocado en el momento equivocado”.
El acusado se presentó a sí mismo como un padre de familia arrepentido que incluso pensó en suicidarse tras los hechos por la vergüenza que sufriría su familia. Terminó su declaración diciendo “no culpo a nadie, la culpa es mía, de cómo soy”, lo que conmovió al jurado, arrancando las lágrimas de tres de sus miembros. La sentencia, que ha sido recurrida, es paradigmática del ‘pánico gay’, utilizado como eximente en numerosos crímenes homofóbicos y que ha sido algo recurrente desde el siglo XIX en la represión de conductas perversas o en razzias populares contra las minorías sexuales.
Este jurado legitima los asesinatos homofóbicos y abre la veda a la impunidad en la comisión de crímenes de odio. Cualquier hombre blanco heterosexual estaría legitimado a usar la violencia si se siente ofendido ante proposiciones que considera inmorales o que puedan ser una afrenta a su masculinidad. Este jurado popular ha asesinado por segunda vez a Julio y a al-Daní. Pero seguiremos luchando porque sus cuerpos, sus vidas, sí que importan. Y mucho.

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