sábado, 27 de septiembre de 2008

UNA SOCIEDA ENFERMA Y UN SISTEMA ENCARGADO DE ENFERMARLA

EL “GRAN HERMANO” DE LOS TELEIMBÉCILES COMO SÍNTOMA CRETINO DE LA PROFECÍA ORWELLIANA
Fuente: Utopia foro

De todos los seres imbéciles que ha producido la evolución de la vida en la tierra, el espécimen humanoide que participa en ese programa (y todos los múltiples realities existentes) es el único que voluntariamente se somete a un encierro vigilado.
Resulta difícil imaginar a que límite de degradación moral e intelectual han llegado estos pobres monos de feria para someterse a semejante aberración. Pero lo más alarmante es pensar a que grados de de enfermedad ha llegado una sociedad que produce a tales elementos y en la gran cantidad que los produce (en tan sólo una semana 30.000 jóvenes se presentaron la selección para el último Gran Hermano). Es cierto que de todo el tinglado el sector más visible es el de esos pobres tarados que se encierran en la casa-prisión para “concursar”. Pero a los pocos minutos de observarlos nos damos cuenta también que se trata de patéticas cobayas sin cerebro cazadas en la jungla de una juventud sin principios morales ni finalidades vitales. Pobres individuos capaces de creer que la bochornosa actividad de vender su intimidad, mostrar su codicia, alardear de su ignorancia en un programa basura les va a dar un reconocimiento social y un estatus que no tienen. Sólo hay que ver la tipología de los progenitores de esos angelitos para conocer los grandes principios morales y los grandes tesoros culturales que han trasmitido a su ejemplar descendencia. Miseria sobre miseria.
Un grado superior de responsabilidad tiene la cantidad de ciudadanos que se pone ante la pantalla del televisor para divertirse con ese circo inmundo. Eso que las cadenas llaman “audiencia” y que le sirve para justificar una escalada de aberraciones que parece no tener límite. Este teleespectador enfermo, mezcla de cotilla, voyer y entomólogo analfabeto, es el elemento clave para que ese alienante circo funciones. Resulta un retrato demoledor de la sociedad que seis o siete millones, de los 45 que tiene el país, consideren que la mejor forma de emplear sus horas de ocio sea observar como un puñado de tarados exhibicionistas “conviven” en una jaula llena de cámaras mientras emiten gruñidos, gritos, insultos, en algo que pretende ser un idioma y nos es más que una repetición hasta la saciedad de tacos que sin gracia alguna vomitan como aullidos, enloquecidos por la fama, las hormonas revolucionadas y la ambición de un premio que servirá para degradarlos más aún, si cabe.
Como sacerdotes del denigrante rito, una serie de “periodistas” sin escrúpulos dispuestos a vender el producto cueste lo que cueste. Despiadados tiburones prestos a lo que sea por su cuenta bancaria y a lo que sea por aumentar la audiencia de la que depende su cuenta bancaria. Ellos si son conscientes de lo monstruoso y degradante del tinglado que presentan. Saben bien que aquellos pobres desgraciados a los que utilizan terminarán yonquis, prostituyéndose cada vez por menos dinero, o como comentaristas de algún programa infame. Muñecos rotos que el tiempo devuelve a un anonimato bastante más sórdido del que tenían antes de entrar en la jaula. Picadillo humano en la trituradora de las empresas de televisión que no tienen más dios que los beneficios.
“Periodistas” que en algún momento trataron de hacernos creer que eran profesionales, se apuntan ahora a esa feria indecente, como una Mercedes Milá en plena decadencia, empeñada en contarle al país algo tan trascendente como que ella también mea en la ducha. Son los encargados de desarrollar increíbles teorías sobre las bondades científicas del triste engendro disfrazándolo de estudio sociológico, experimento psicológico, radiografía social etc.
Obviamente las cadenas privadas tienen una responsabilidad mayor aun en la existencia de estos programas. Pero exigirle responsabilidades éticas a unas empresas creadas única y exclusivamente para lucrarse y narcotizar al ciudadano es como exigir justicia social al sistema capitalista, sistema del que, por otra parte, ellas son la pieza fundamental de propaganda, control y adiestramiento.
Sobres los sacrosantos pilares de la libre competencia y la libertad de mercado construyen un mundo sin control, amoral, inhumano, degradante, despiadado sin más ley que la rentabilidad inmediata. Si para ello tienen que degradar a débiles seres humanos, lo hacen. Si para ello tienen que fomentar, y potenciar los rasgos más innobles de los ciudadanos, lo hacen. Si para ello tienen que envilecer a una parte del país, pues lo hacen. Todas esas patrañas de “código ético de televisión” “leyes de control” “regulación del medio” etc. son sólo palabrería con que tratan de ocultar la obscenidad de un negocio dispuesto a todo para conseguir beneficios y lograr un ciudadano alienado que sea fácil gobernar.
Y además tienen la desfachatez de introducir en cada hogar del país, por medio de la tv, esa obscenidad que trasmite unos valores aberrantes a quienes se están formando y potencia los más oscuros rasgos de los que ya se están deformando no sólo por la edad.
La responsabilidad mayor y última corresponde a las instituciones del estado. Debiera ser éste el encarado de proteger al ciudadano de estos espectáculos denigrantes, de proteger a la infancia y a la juventud de esa tele basura que les ofrece como normalidad lo aberrante y como único código de conducta el “todo vale” para ser ricos y famosos, mostrando como modelos a seguir a unos auténticos imbéciles sin otra cualidad que no sea lo superlativo de su imbecilidad, su vacío y su impudor, su ignorancia y mediocridad.
Las leyes que tratan sobre el control ético de la tv., la defensa del los contenidos para menores, el control de la publicidad etc. ni son suficiente, ni siquiera se cumplen. Y nada cambia si los gobiernos son de derecha dura o de derecha socialdemócrata, si son de nacionalismo español o de nacionalismo sin estado. Sea como sea son gobiernos que representan a la burguesía, son gobiernos capitalistas, representan ligeras variantes del mismo sistema capitalista. Los intereses de las cadenas privadas se imponen sobre cualquier otro interés porque en realidad ellas son el estado y el estado son ellas. Y los intereses de las cadenas gubernamentales representan los mismos intereses, si bien estas se quedan con la función de control e ideologización. Los medios de comunicación, y especialmente las cadenas de televisión, son la pieza fundamental del sistema. Esperar que otras piezas de ese sistema como el parlamento, el gobierno, los partidos o los sindicatos se enfrenten o traten de poner coto a la catástrofe cultural y moral que supone la telebasura es pedirle que tiren piedras contra su propio tejado. Y todos viven demasiado bien en la casa del poder como para joderse a sí mismos rompiendo las tejas. ¿Que hacer?
La televisión que sufrimos es el reflejo exacto de lo que el sistema es, el instrumento preciso que el sistemas utiliza para crear el tipo de ciudadano dócil y alienado que necesita para gobernar con comodidad, es el medio infalible que el sistema tiene para trasmitir a la sociedad su moral, su valores y su ideología.
No va a cambiar por lo mismo que el sistema no se va a suicidar. Le es vital. Si desde dentro del sistema surgen reacciones contra sus excesos, solamente es para que el sector más salvaje del capitalismo salvaje no inutilice, por su desmesura, el arma de la tv que les es imprescindible para mantenerse en el pode. El sector más inteligente del sistema sabe que un descrédito total de la tv. le restaría eficacia.
La solución última y única es que este sistema inhumano, destructor de la naturaleza y el hombre, que se olvida de las personas y que se sólo mueve por los beneficios, sea cambiado por otro sistema basado en la justicia, el disfrute común de la riqueza, el respeto al medio ambiente, que ponga al ser humano por encima de cualquier otro interés. Ese nuevo sistema tendría, en consecuencia, una televisión radicalmente distinta.
Pero mientras tanto debemos plantearnos que la lucha contra las programaciones de las cadenas de tv es absolutamente necesaria, porque supone defenderse del arma fundamental de alienación, control y transmisión de su ideología que utiliza el sistema para neutralizar cualquier oposición real que se le enfrente, y sus programación tiene el claro fin de lograr que la gente no piense, no se forme y pierda toda capacidad de análisis. Programas como “gran hermano” no son divertimentos inofensivos. Acostumbran a que la gente acepte ser vigilada, y lo que es peor, a prestarse voluntariamente a esa vigilancia, a ver la vigilancia como premio. Acostumbran a que el ciudadano se crea él mismo con derecho y el deber de vigilar y controlar la vida y la intimidad de su vecino. Al degradar y convertir la intimidad en mercancía logran que el ciudadano no luche por defender su privacidad y su derecho a no ser vigilado sin razón alguna.
Cámaras en las calles, en los centros de trabajo, en los centros de estudios, en los organismos oficiales, en los edificios privados, y como en el programa ¿cuánto tardarán en estar en nuestras casa si ya han llegado al portal de nuestro edificio? Es la teoría de la “acción preventiva” llevada a la seguridad: el estado te graba durante todas las horas del día por si cometes un delito, convirtiéndonos a todos en sospechosos. Y por medio de programas como ese nos acostumbra a las cámaras y a la vigilancia perpetua.
Y el caramelo envenenado viene envuelto en el papel brillante del glamour, la fama, el dinero fácil, el ocio aparentemente inofensivo…
Ejerce como trasmisor de la (in)cultura hegemónica a nivel mundial, la americana, y como trasmisor de la cultura hegemónica a nivel estatal, la española. Ignora, desactiva o ataca los rasgos propios de las culturas minoritarias que actúan como resistencia al sistema.
Todos los ciudadanos y organizaciones que se planteen la necesidad de cambiar el sistema deben sentirse obligados a boicotear, sabotear, atacar y destruir la tv. Cualquier método, cualquier forma, cualquier gesto que disminuya o elimine su eficacia y su influencia será válido.
Si al sistema le va su supervivencia en mantener a pleno rendimiento su tv de destrucción masiva, a nosotros nos va, en hacerla inoperante.
Denunciarla, desenmascarar sus intenciones, reunirse para analizar sus estrategias sus mentiras, su manipulación, su poder para convertirnos en zombis consumistas.
Ejercer un boicot activo contra la televisión negándose a verla, exigiendo espacios limpios de televisión en los lugares públicos, apagando los televisores en los hogares. La posibilidad de que el cambio de sistema se produzca depende en gran medida de que seamos capaces de conseguir que el televisor pierda su capacidad de control y alienación, especialmente sobre la juventud.
De que seamos capaces de apagar el televisor dependerá en gran medida de que seamos capaces de encender las conciencias que sientan la necesidad de conseguir un mundo distinto que se base en la igualdad y la justicia.

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